Un día en silla de ruedas por las calles de Santiago
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“Hola, hola, permiso”. Pero nadie me ve. Lo cierto es que en esos momentos medía cerca de 1,20 cm montado sobre la silla de ruedas en la que pretendía entender a quienes a diario luchan contra los obstáculos que la ciudad les impone.
Recorro parte del Paseo Ahumada a punta de braceadas. Nunca antes había estado sobre una silla de ruedas. Por ahora vivo unos minutos como un minusválido que cruzaría el paseo peatonal más importante del país.
Cuando entro al carril de quienes caminan en dirección a Plaza de Armas, una señora me pasa a llevar con una bolsa de multitiendas en el hombro y solo llevo 30 segundos sobre mis ‘ruedas’. Pido permiso, pero desde mi posición no me escuchan y pareciera que tampoco me ven. Pareciera.
Salgo de la vía rápido, no sin la complicación de ser parte de un atropello. No le hago daño a nadie, pero no sé quién tiene la culpa. Maniobro fuera de la masa de santuaguinos que se mueve muy rápido y una de las ruedas derrapa porque el piso está mojado. Luego, con un movimiento coordinado de brazos, evito atascarme en un canaleta abierta. Pienso en cómo será desplazarse por otras comunas de Santiago en que el piso no es plano, donde hay “eventos” o perros y sus excrementos, los que de quedar pegados a la rueda, estarían a centímetros de mi mano.
Varios minutos después de empezar decido ponerme –más– obstáculos: entrar a una farmacia del sector. La mayoría de los edificios del área tienen ramplas de acceso para discapacitados, sin embargo la pendiente no ayuda, menos para un inexperto. Tanto así que debieron ayudarme para subir.
“Imagínate subirte al Transantiago”, dice una de las tutoras de la fundación que me acompaña.
El subirme a la silla de ruedas no es un capricho, sino que se enmarca dentro del trabajo que durante este mes tiene la Fundación Nacional para la Accesibilidad, el Diseño Universal y la Inclusión Social (Funaduis): desean juntar 5 mil nuevo socios y la mejor manera es que cualquier persona pueda vivir en carne propia las discapacidades de la ciudad y sus habitantes para con los lisiados.
Rayén González probó ser no vidente. La situación, explicó, la dejó “insegura”. Entendió que la calle no está adecuada para ellos, topándose con complicaciones como adoquines sueltos, esquinas sin advertencias o peldaños que aparecen de la nada.
No fue la única en experimentarlo. La directora regional del Servicio Nacional de la Discapacidad (Senadis) Evelyn Magdaleno también fue parte del desafío: se puso un antifaz negro en los ojos y junto al director de la institución Matías Poblete, quien tiene un 90% de ceguera, recorrió el Paseo moviendo el bastón con poca seguridad.
Tras la hazaña, su conclusión es clara: “el semáforo no suena fuerte, no se sabe en qué momento se llega a la esquina porque el piso tiene la misma textura y todo es plano, por lo tanto se te complica la vida”.
Junto a sus críticas viales, anuncia futuros cambios: actualmente no hay una norma que obligue a la construcción de espacios pensados en aquellos que usan sillas de ruedas, muletas o bastones, sin embargo en un mes, dice la autoridad, debería estar lista la normativa que obligará a las nuevas construcciones a integrar elementos que faciliten la accesibilidad a personas con movilidad reducida, entre otras discapacidades.